Discurso completo de Victorino Martín en la Asamblea de Madrid

Señorías.

Es un honor y un privilegio dirigirme a ustedes en esta Comisión de Cultura de la Asamblea de la Comunidad de Madrid.

Comparezco ante ustedes como madrileño, como presidente de la Fundación del Toro de Lidia, entidad que aglutina al mundo del toro, y como ganadero de una divisa que lleva lidiando dos generaciones en la plaza de Las Ventas.

Agradezco su invitación a intervenir en esta Comisión y a hacerlo precisamente en estas fechas.

Sólo unos días después de que haya finalizado la exitosa Feria de San Isidro, con los mejores datos de asistencia de público de los últimos diez años, con una media de más de 20.000 personas en cada una de sus 26 tardes y colgando en la mitad de ellas el cartel de “no hay billetes”.

Y con un público en gran medida joven. La tauromaquia es ahora probablemente, después de los grandes festivales y conciertos de música popular, el acontecimiento cultural en el que la media de edad de los asistentes es menor. Y esto es una noticia extraordinaria.

Este éxito se ha trasladado también a los que han seguido los festejos por Telemadrid, que ha logrado datos de audiencia espectaculares.

Y no solo hablamos de lo que ocurre en la capital, en el último mes ha sido emocionante ver cómo los toros volvían en libertad a lugares emblemáticos de la Comunidad de Madrid como Valdemoro o Móstoles, con llenos hasta la bandera.

La tauromaquia vive un momento de esplendor en toda España y de forma muy especial en la Comunidad de Madrid, y creo que tenemos que sentirnos orgullosos de ello. Siempre es una buena noticia que los ciudadanos estén interesados en la cultura.

Más aún si son los jóvenes quienes se apasionan con nuestras tradiciones y las viven como algo propio, sintiéndose parte del hilo de una historia común que todos compartimos y cuyo legado se traslada de padres a hijos desde hace siglos. Esto y no otra cosa, es la cultura.

Son muchas las razones que contribuyen al momento de esplendor de la tauromaquia, que como sucede con todas las expresiones culturales, ha tenido en su historia momentos de mayor y de menor fervor popular.

Algunas tienen que ver con lo que se está haciendo bien dentro del propio sector taurino.

Pero también hay que reconocer la ayuda que están proporcionando algunas administraciones. Y hoy quiero agradecer públicamente el apoyo que desde hace unos años recibimos de la Comunidad de Madrid, incluyendo desde la pandemia partidas dirigidas específicamente a la promoción de la tauromaquia.

Como ustedes saben perfectamente, la cultura requiere del apoyo de las Administraciones Públicas. No sólo porque se trata de una obligación que establece nuestra Constitución, sino porque sin esta ayuda gran parte de la actividad cultural no sería posible.

Sin la ayuda de los Presupuestos de la Comunidad no podría haber teatro o conciertos de música clásica en muchos pueblos, no habría representaciones de danza o bibliotecas.

En todo caso, no se ha tratado de una ayuda indiscriminada la que ha proporcionado la Comunidad de Madrid. Ha sido una ayuda exclusivamente dirigida a determinados segmentos del sector taurino que precisaban de especial atención, por ser vitales para la tauromaquia, pero que sin embargo no eran completamente viables económicamente.

Gracias a esta ayuda se han podido poner en marcha nuevos formatos en los que las ganaderías madrileñas han sido protagonistas, como por ejemplo la Copa Chenel para dar oportunidades a toreros que estaban en el ostracismo o el Circuito de Novilladas, que está permitiendo a muchos novilleros aprender el oficio y darse a conocer al gran público.

Este apoyo específico en puntos concretos donde la industria taurina necesitaba del impulso de la administración ha supuesto un importante crecimiento para todo el sector taurino en la Comunidad de Madrid. Una explosión me atrevería a decir.

Ha crecido el número de festejos de manera constante y generalizada, con lo que conlleva esto de revitalización social y económica para muchos municipios; se ha impulsado la industria ganadera en la región, sosteniendo así ecosistemas y empleo rural; se han dado a conocer nuevos toreros, con lo que supone de revulsivo para la industria taurina en su conjunto.

En definitiva, la apuesta de la Comunidad de Madrid por la tauromaquia es un caso de éxito, con un importante retorno económico, social y cultural, no solo para el propio mundo del toro, sino para el conjunto de la región.

Como verán, hasta ahora no he dicho casi nada respecto a los que atacan a la tauromaquia. Y es que debo decirles que estoy algo cansado de tener que acudir siempre a rebatir ideas de los enemigos de la tauromaquia cuando intervengo ante instituciones como esta.

Creo que cuando se habla de tauromaquia en una Comisión de Cultura debería tratarse como cuando se habla de cine, de teatro, de libros, de música o de monumentos.

No obstante, no soy un ingenuo. Soy consciente de que la tauromaquia recibe unos ataques que no recibe ninguna de las restantes manifestaciones culturales. La reciente retirada del Premio Nacional de Tauromaquia por parte del Ministerio de Cultura es un solo un ejemplo.

Por eso quiero dedicar una parte de mi intervención a hacer unas breves reflexiones sobre esto.

Los toros siempre han sido parte nuclear de la cultura española, al tiempo que han sufrido intensos ataques desde muy diferentes frentes.

Para que se hagan una idea, en el segundo tomo de su monumental obra sobre los toros, José María de Cossío dedicaba al antitaurinismo nada menos que 120 páginas, por considerar que se trataba de una parte muy importante de la tauromaquia.

Sin embargo, el modo en que se ha atacado a la tauromaquia a lo largo del tiempo ha ido variando.

Durante muchos siglos, los ataques a la tauromaquia se basaban en la repulsa moral a que un hombre pusiera en riesgo su sagrada vida en un evento festivo.

Más tarde, en la época de la Ilustración, los toros fueron vistos por algunos como algo que nos separaba de las tendencias europeas de las que los ilustrados españoles eran tan admiradores.

Hoy, sin embargo, en el debate público el objeto a proteger se ha desplazado. Se ha desplazado desde el hombre hacia el animal, en un camino filosófico que va desde el humanismo al animalismo como manera de entender el mundo.

El animalismo es una ideología que sostiene que todos los animales con capacidad de sentir deben tener una misma consideración, lo que significa que el ser humano no tiene una posición especial dentro de ellos.

El ser humano no puede, según la ideología animalista, utilizar a los animales para su ocio, su vestimenta, la experimentación científica o ni siquiera para su alimentación.

La civilización occidental se basa sin embargo en un humanismo en el que se coloca al ser humano en una posición especial y diferente al resto de seres vivos. Una posición privilegiada, pero también cargada de responsabilidad para con el resto de las especies.

El animalismo no es por tanto una bienintencionada corriente que promueve el bienestar animal.

En absoluto.

El animalismo es una ideología que nos iguala con los animales con todo lo que eso implica, siendo por tanto incompatible, entiéndase esto bien, con nuestra civilización.

Pero no nos llevemos a engaño. En España, la mayoría de los que defienden la prohibición de la tauromaquia invocando la ideología animalista y el fin del supuesto maltrato animal, no tienen ningún problema en consumir productos animales o vestirse con ellos.

¿Por qué? Porque no son los animales lo que les importa.

En España vemos a las claras que, aunque se utiliza la causa animal como bandera para tratar de prohibir los toros, no son realmente los animales lo que preocupa.

Son solo los toros precisamente por su carácter cultural y simbólico.

Porque los toros son la expresión cultural más característica de España, cultura que desde hace siglos ha unido a todo tipo de personas en los diversos territorios de nuestro país.

En el mundo entero España son los toros y los toros representan a España.

Por ese motivo, quienes pretenden acabar con una España enraizada en su historia, heredera de sus valores y de sus tradiciones, unida desde su diversidad, han puesto entre sus objetivos principales acabar con la tauromaquia.

Porque una nación la conforman personas que comparten elementos físicos y simbólicos, personas que comparten una identidad, una geografía, una historia compartida, una lengua común, una serie de elementos representativos, una cultura.

Sin todos esos elementos reales y simbólicos que la unen, una nación va perdiendo su fuerza, su cohesión interna.

Y de todos esos elementos, la tauromaquia juega un papel especialmente relevante, por ser una de las expresiones culturales más arraigadas y por tanto con mayor carga simbólica.

No es en absoluto casualidad que quienes de manera sistemática atentan contra la tauromaquia, sean siempre quienes no parecen estar nunca del todo satisfechos con la idea de España, ni con su historia, ni con sus símbolos.

Defienden todo lo que nos hace culturalmente diversos, pero jamás lo que nos une.

Este intento de debilitación de lo común es lo que subyace en la actual Iniciativa Legislativa Popular para eliminar la protección de la tauromaquia como patrimonio cultural de toda España, que apela al lema “No es mi cultura”.

Lo dicen sus promotores muy claramente: quieren que la tauromaquia deje de ser patrimonio cultural de España para que cada Comunidad Autónoma y cada municipio decida qué es cultura en su ámbito territorial.

No quieren que se hable de cultura común de España. Y obviamente no es por los animales. Es por todo lo que la tauromaquia representa.

Es evidente que lo que sea cultura no lo decide ningún gobierno: ni central, ni autonómico, ni municipal. Lo decide la historia y las tradiciones compartidas de un pueblo. Y eso no puede limitarse.

Aunque es cierto que sí existe un límite. La UNESCO, en su Convención sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales de 2005, estableció que es cultura cualquier rasgo distintivo que emane de un conjunto social, con el único límite de los derechos humanos y las libertades fundamentales.

La tauromaquia no trasgrede evidentemente en ningún caso los derechos humanos ni las libertades fundamentales. Es por tanto una expresión cultural y como tal debe ser protegida por todos, como por otra parte han recordado nuestros tribunales.

Porque la tauromaquia es una expresión cultural que emana de un pueblo, que se ha desarrollado durante cientos de años trasladándose de generación en generación, conformando la identidad profunda de mucha gente.

Y pese a ello, o precisamente por ello, hay una serie de grupos políticos y sociales que pretenden atentar directamente contra una parte de la sociedad que vive pacíficamente en el ejercicio de su cultura, de su identidad, al grito de guerra de que aquello no es cultura.

Es difícil de entender qué tipo de persona tienes que ser para que la razón principal de tu actuación en política sea la eliminación de aquello que a gran parte de la sociedad no sólo le apasiona, sino que le hace sentirse parte de una tradición cultural milenaria.

“No es mi cultura” es un slogan para reprimir una expresión cultural viva y profunda en la sociedad. Para censurar lo que a algunos no les gusta.

Nunca un afán totalitario se había mostrado de manera tan explícita. Es la negación del otro, del otro que no entiendo o del otro con el que no comparto algo. Para ellos, solo puede quedar una cultura, la que ellos decidan. Las que a ellos les guste.

Son lo contrario a un espíritu democrático, a un espíritu de tolerancia necesario para la convivencia en una sociedad rica culturalmente, diversa y plural.

Termino ya.

La tauromaquia goza de excelente salud. En toda España, y también de forma muy especial en la Comunidad de Madrid.

Su ayuda, señorías, ha sido muy importante para ello. En nombre de todos los ganaderos de la región, de los novilleros, de los toreros, de los aficionados y de los municipios de la Comunidad de Madrid, se lo agradecemos de nuevo.

Creemos que es importante esta labor que estamos haciendo aquí entre todos.

Porque es importante reforzar todo lo que nos une.

El templo pagano y circular de la plaza de toros es el escenario propicio para la celebración colectiva de una expresión de cultura popular que nos hermana a todos durante el tiempo que dura un festejo.

En la plaza, el de derechas y el de izquierdas, el que ve el mundo de una manera y el que lo ve de otra, comparten una pasión milenaria que hace que, por un rato, todos seamos parte de algo.

La plaza junta a personas que, sin el nexo común de los toros, no tendrían ninguna otra esfera que los uniese.

Vivimos tiempos de desasosiego, de polarización y enfrentamiento, en los que parece que las opiniones diferentes sobre la forma de entender el mundo abren abismos de imposible reconciliación entre las personas.

En este clima de división, los espacios de unión que aporta la cultura son más necesarios que nunca. Y ningún espacio para eso como una plaza de toros en día de festejo.

La tauromaquia es una manifestación cultural que ha tejido la historia de nuestros pueblos, cultura común que nos arraiga a nuestra tierra, cultura que nos une y nos fortalece como comunidad.

Y es nuestra responsabilidad mantener este exquisito legado cultural, que es de todos, trasladándolo a las siguientes generaciones.

Es nuestra responsabilidad para contribuir a hacer una sociedad mejor.

Muchas gracias.